lunes, 26 de junio de 2023

Madrid

 

Yo dedico mis días a deambular por esta hermosa ciudad de mierda,

a restregar mis gomas blancas sobre este suelo polvoriento

con olor a tierra y yerbajos calcinados, a alquitrán y meado añejo,

a contar las hojas resecas y las latas de cerveza aplastadas,

a hacer en silencio inventario de lo inservible:

panfletos ideológicos, colillas machacadas, muelas derruidas,

prendas del bazar tendidas al sol, niños narcotizados,

libros de metafísica abandonados a la suerte de alguna sucia esquina,

poesía inflamable en dialectos de resentimiento de alcantarilla.

 

Escucho en las tabernas prehistóricas a prehistóricos cantineros testificar

resignados

en medio del barullo y del circo, con una sabiduría de décadas

viendo hombres desnudos e intoxicados mear las paredes de los baños.

Tropiezo con ex boxeadores borrachos de ojos rojos,

con eminencias médicas vendiendo biblias de segunda mano,

e ideólogos recalcitrantes con Síndrome de Estocolmo.

Así es como nos ve alguien desde arriba, así piensa el político en medio del

burdel.

 

Esta ciudad es un sopor de festival por la madrugada,

es un buzo hiperventilando óxido en terrenos baldíos,

un desfile de ancianos paseando por el parque,

una mezcla incierta de coca y pladur,

una orgía de lenguas filosas, de sudores de mediodía y hedores secos de metro,

un sueño opulento de ascensor, un silbido sospechoso entre la basura.

 

Yo escupo sobre los ojos adoquinados de un callejón

y amanezco abrazado al banquito frente a mi portal.

Celebro mi soledad compartida con esta hermosa ciudad de mierda,

la prosopagnosia colectiva de perro pánfilo,

los restos de tapas y besos secos sobre el pavimento,

y me mareo en micros abiertos entre ángeles anónimos

mientras Dios aguarda enfurecido en una estación de trenes

al tren de nunca llegar.

 

Esta ciudad está llena de malabaristas, de zorros viejos,

de pupilas dilatadas, de artistas del escape,

que se mofan de una muerte tímida, de una muerte mediocre, de una muerte

obesa,

de una muerte de cola de pensionista.

 

Yo me pierdo sobre estas calles calcadas y me hundo en el agua con cal

mientras amaestro estas suturas traslúcidas,

y voy con mi aspecto de peatón anónimo diluido en resignada conformidad

fiscal

mientras los minoristas, mientras los vendedores ambulantes

de réplicas de carteras y sueños de ampolla

gritan el precio de sus vidas desperdiciadas

y un diputado se da golpes de pecho en televisión abierta

proclamando las medallas del hambre y la miseria.

 

Y las doñas de concursos televisivos, los policías de la moral, los transeúntes

de la impotencia

cantan al unísono un himno de antaño mientras la ciudad se sacude

con la dulce sonrisa de la mujer que quiero,

con la voluptuosidad de los orgasmos madrileños.