lunes, 26 de junio de 2023

Huevo, ninfa, larva, pupa.

 

No son fábulas de Gregor Samsa,
sino meros delirios transitorios.


Quisiera poder contarte un par de cositas sucias,
de las que normalmente agradan,
y de las que no también.
Poder decirte que hay algo bajo esta piel,
y luego algo más, bajo estos tuétanos roídos,
y después otra cosa bajo lo que haya debajo,
hasta el infierno.

 

Poder decirte que estoy aquí,
aun cuando no lo estoy.
Especialmente cuando no lo estoy.
Que aquí viven unos cuantos,
quemando ramas, protestando,
y haciendo uso excesivo de la fuerza.
Poder bajar todos nosotros de las estepas,
y hacer una suerte de paces,
incluso cuando nos asesinamos,
incluso cuando nos suicidamos,
porque hay cosas más importantes que…
pues, como sea, no importa.

 

Huevo, ninfa, larva, pupa.

 

Que he respirado del Shangri-La,
cuando podías cepillar tu cabello en mis pupilas,
y no era nada normal.
Era un cóctel no adulterado,
de fuerza y de debilidad.
De entusiasmo infantil,
y de terror absoluto.
Sólo podías ver la luz al final del túnel,
sólo podías ver el tren viniendo en sentido contrario.
Era la cúspide del Kilimanjaro,
divisando yerbajos y flores marchitas en lo bajo.
Era como si hubieses rescatado un secretito del inframundo.
Era como si hubieses alcanzado lo inalcanzable,
cuando no estabas listo para ello.

 

Cómo decirte que me enterré
antes de pillar el tren,
y que en algún lugar lejano
la tierra binada regurgita
a un hombre sin nombre,
que no se le ve el reflejo en el agua,
cuanta ha pasado bajo el puente
a raudales en los canales del tiempo.

Si el futuro no regalase memorias,
si el pasado no suscitase promesas.

 

Huevo, ninfa, larva, pupa.

 

Que odio la resaca,
que me gusta tener que vérmelas con la resaca.
Que tengo una suerte de corazón,
vital,
temeroso,
pródigo,
tozudo,
arrítmico, probablemente,
y bañado en alquitrán, seguramente.

 

Cómo decirte cuánto amo de la vida,
antes que cuánto odio o temo de ella.
Cómo decirte que sí,
que sí a esas anécdotas decimonónicas,
con la ceguera de la cruz al amanecer.
Cómo decirte que estas manos
no son compases.
Que son mis manos,
y punto.

 

Cómo aclarar que no deseo misericordia,
ni distorsiones,
ni mentiras,
ni verdades.

Cómo hacerte entender,
que esta piel,
no revela ni esconde.
Y después de eso,
especialmente después de eso,
cómo decirte que esta quitina
no soy.
No soy.

 

Huevo, ninfa, larva, pupa.

 

¿Cómo no decirte que no cuando acusas complacencia?

¿Cómo decirte que no solo los tontos se apresuran? 

¿Cómo decirte que no cuando te aseguras “es imposible que pensar “¿cómo pudo algo ser tan perfecto?””

¿Cómo decirte, a lo que sea, que no?

¿Cómo decirte quién…? No importa.

lunes, 10 de abril de 2023

 

Esfúmate,
como bien te enseñé.
Como estrella trémula en el alba,
como lánguido fantasma en las esquinas.

Y sólo una vez hayamos alzado muros
como obeliscos silentes
en forzosa complicidad,
sólo te pediré dos cosas:
No vivas en el reverso de mis ojos,
eso es lo primero.
Y lo segundo, naturalmente,
sería la confirmación final:
Cuando hayas muerto, házmelo saber.

Házmelo saber sin cartas bombas,
ni rastreras invitaciones funerarias,
ni reivindicaciones,
ni rosas del ayer,
ni excusas para maquillar monstruos
sin un solo ápice de miedo.


No, no, no.
Sólo hazme saber
que ha acabado el toque de queda.
Que puedo volver a caminar
al otro lado de la acera,
que son transitables
esos lugares que solías habitar.
Que puedo irrumpir
en tu desolada morada,
y recuperar mi piel,
fumarme uno,
y quemar el resto.


Que puedo jugar como un neonato,
como un virgen,
como un animal,
como un anónimo.


Que puedo actuar sin pensar
en lugar de pensar en tu actuar.
Que el aire de la brisa es, al final, mío,
como del viejo sauce.

Hazme saber que está permitido recordar.
Que está permitido mirar los contornos del espejo.
Que puedo embriagarme en alguna esquina maldita,
de algún licor maldito,
con algún extraño maldito,
sin ese terror maldito
a que se presente inusitada tu sombra.


Que puedo tocar el pomo
de mi propia casa,
sin ser ajeno a ella.
Sin cambiar a invasor, a saqueador,
a vagabundo, a desterrado.
Que puedo yo desahuciar a la pena.

Hazme saber que puedo comprar
ya, ahora mismo, billete de regreso.
Que el exilio acabó.
Que la guerra no se ganó ni se perdió.
Que estas tierras de nadie,
que estas vidas de nadie
no son ni de uno ni de otro.


Hazme saber que puedes sentarte
al otro lado de la misma mesa,
y alzar la copa y brindar conmigo,
si igual has muerto.