lunes, 10 de abril de 2023

 

Esfúmate,
como bien te enseñé.
Como estrella trémula en el alba,
como lánguido fantasma en las esquinas.

Y sólo una vez hayamos alzado muros
como obeliscos silentes
en forzosa complicidad,
sólo te pediré dos cosas:
No vivas en el reverso de mis ojos,
eso es lo primero.
Y lo segundo, naturalmente,
sería la confirmación final:
Cuando hayas muerto, házmelo saber.

Házmelo saber sin cartas bombas,
ni rastreras invitaciones funerarias,
ni reivindicaciones,
ni rosas del ayer,
ni excusas para maquillar monstruos
sin un solo ápice de miedo.


No, no, no.
Sólo hazme saber
que ha acabado el toque de queda.
Que puedo volver a caminar
al otro lado de la acera,
que son transitables
esos lugares que solías habitar.
Que puedo irrumpir
en tu desolada morada,
y recuperar mi piel,
fumarme uno,
y quemar el resto.


Que puedo jugar como un neonato,
como un virgen,
como un animal,
como un anónimo.


Que puedo actuar sin pensar
en lugar de pensar en tu actuar.
Que el aire de la brisa es, al final, mío,
como del viejo sauce.

Hazme saber que está permitido recordar.
Que está permitido mirar los contornos del espejo.
Que puedo embriagarme en alguna esquina maldita,
de algún licor maldito,
con algún extraño maldito,
sin ese terror maldito
a que se presente inusitada tu sombra.


Que puedo tocar el pomo
de mi propia casa,
sin ser ajeno a ella.
Sin cambiar a invasor, a saqueador,
a vagabundo, a desterrado.
Que puedo yo desahuciar a la pena.

Hazme saber que puedo comprar
ya, ahora mismo, billete de regreso.
Que el exilio acabó.
Que la guerra no se ganó ni se perdió.
Que estas tierras de nadie,
que estas vidas de nadie
no son ni de uno ni de otro.


Hazme saber que puedes sentarte
al otro lado de la misma mesa,
y alzar la copa y brindar conmigo,
si igual has muerto.

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