A la mierda Fito. Eso sí, salvando la poesía. Esas perlas nadando entre torrentes de pacotilla. Quisiera haber podido enseñarte a Sabina. A querer los vicios y a apreciar su naturaleza de irrenunciabilidad.
Lo complicado que se torna escribir con las pupilas dilatadas. Aun así, nuestra labor resuelve recogiendo pedazos. Armando el número para gente que usualmente nunca se presenta. No es como si hubiesen comprado la entrada. Es, más bien, cuestión de integridad, con todas las conjeturas que sea posible agregar.
Volviendo al caso, sin volver de la cobardía delatora. Los besos con sal. El vino sin alarmas en componente. La coca, inmaculada de amor, pero sin que te golpeen. La belleza de no ser la única abeja en la colmena, pero siendo, sin remedio, abeja única encurtida en miel. No es que algo esté bien, pero tampoco significa que no se tenga lo que se necesite.
Adelantando, de vez en vez se queda atrás. Pero como dijo alguien, tan solemnemente, que me resbala su nombre: "a lo hecho, pecho".
Ríe silly, que yo también río silly, contemplando a lo lejos o revolcándome en este sucio mundo de bilis.
Igualmente, escucha al personaje en cuestión. Un viejo vicioso y gastado, por si te gustan los crucigramas, o fijar paralelos. Mirar desde cerca lo que fue, aun desde lejos, para saber lo que es palabra real, aun con toda su fealdad.
sábado, 22 de abril de 2017
viernes, 21 de abril de 2017
¡Largo, silentes pesadillas de vigilia!
Sombra de metro, de callejón, de panoramas de balcón. Me pregunto, a punta de
escuadra, ¿por qué no se van?, ¿por qué no me voy yo?
¡Fuera, pestilentes venenos del porvenir!
Agua seca que no abre sendas, que no diluye ni se diluye, que no lava, que no
refresca. Narciso entronado, hecho nada, ni tangible ni escrutable, como otra
forma de decir Dios.
Parcela baldía, prolongada en el infinito
reverso de los globos oculares. Guerra sin contienda, ni splash de sangre, ni
discursos demagógicos. Dominación pletórica de aquello innombrable sin nombre,
sin forma, sin espacio, sin idea. La más ruin por irrelevante de las guerras.
¡A la mierda, nefastas semillas de ricina!
Embaucarán la tierra, los mares, los cielos, las calles y los bares. Las aves
de paso, las poesías, las pantaletas húmedas, el gesto y el dedo en la
fotografía. El mundo, si les da la gana, caprichosos reflejos borrosos,
convictos de obstrucción a la injusticia, prófugos del espejo.
No mi mundo, ni mis ojos cristalinos, ni las
hojas sobre mi biblioteca íntima en remedios de un medio de hora, ni del
derecho de renunciar a derechos, ni de seis cuerdas, once soles, catorce
desnudos, veintitrés primaveras o quinientas noches.
¡Malditas cadenas de pronósticos climáticos!
Cantados a cánticos desparramados están, como arrugas, el tiempo y melodía de
todo lo que es humano y no es de carne. Jodido está pues el mapamundi del
climatólogo sin título que presumir en paredes horizontales. No hay
credenciales, no hay historia, no hay cuerpo, no hay libido, asexuado
vaticinio. El ciclo académico de la astrología.
¡No me miren, que yo no los miraré, ni con
los ojos ni con la espalda! En aquella tertulia, según recuerdo en la razón, el
sinfín lo corta quien se hace tijera, destrozando botones de camisas,
quitándose el zapato y propinando el zapatazo. Es el fin. Prefiero renunciar al
mundo, que renunciar a mí.
Posdata: no te culpo; yo te crié, te
alimenté, te eduqué en dócil salvajismo. Moldeé tus atributos y fui tu filo en
alevosía consensuada. Pero ahora he de llevarte al matadero; cosa que, francamente,
no lamento.
Fiebre
Pasa la fiebre, magra como la línea misma,
liviana como altocúmulo, en su apéndice posterior último –o no último-, pero
pasa. Cesan en su haber las tormentas, el sopor, las convulsiones no
manifiestas. Fluye la sangre cual riachuelo escarlata, ni frío ni hirviente, a
ritmos constantes definidos por el corazón de bombo. La mucosa se evapora,
transmutando en un aire tan limpio que, inodoro, en levedad huele a recuerdos
de aire limpio y fragancias de pétalos tintos.
Te ves y te vas transitando avenidas que,
ante la ceguera, responden a los nombres de cuartos, salas y pasillos. Vocean
en su rastro las migajas de vida que se amontonaron en la despensa, y que
hicieron vida en la cocina. Ahora dime, corazón cobarde, ¿qué es lo que
necesitas? Se te vio sin ver surcando los océanos, convaleciente sobre la borda
de un velero fantasmal. Vaciando botellas de ron del buen capitán y llenándolas
con sal. Volando lejos del planeta, mas no rozando el sol como para proclamar
proeza. ¡Apenas hojas secas! Ni un cuadro fuera del cuadro, ni espantos del
apocalipsis, ni jinetes ni quijotes, ni mentiras verdaderas ni falsas verdades.
Solamente aguaceros de coqueteos en tanto llueva, corazón miserable.
Te escondiste en recónditos arrabales, donde
entrelazan los tiempos y los espacios. Esa ficticia ciudad que de real ha de
tener lo que tú de libertad. Alzaste las piedras para aplastarte bajo ellas,
cual goma de mascar en botas ajenas. Como diligente camaleón, mimetizaste con
la entropía de muchedumbre en tu lastimosa labor. En fin, pecaste en tu pesca
en los lagos de fiebres. A veces azul, a veces roja, a veces gris, pero no se
precisan microscopios, ni tubos de ensayo, ni probetas para saber que fiebre es
fiebre.
Ahora que pasó, como la inefable alarma que
maldigo por lo bajo, en las alturas saben que pretendes cambiar de prenda y de
bando. Mi bando; no el que fue, ni el que se fue, ni el que vino en incontables
arrebatos de cascadas invertidas. El que es solo y sólo el que es. No hay modo
otro de ser consecuente, ni de ahogar peces en el mar, ni de inventarse
sacramentos fuera del altar, corazón concupiscente.
Ahora que pasó la fiebre, susúrrame, carmín
corazón de oro, ¿qué es lo que tú quieres?
lunes, 3 de abril de 2017
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