Pasa la fiebre, magra como la línea misma,
liviana como altocúmulo, en su apéndice posterior último –o no último-, pero
pasa. Cesan en su haber las tormentas, el sopor, las convulsiones no
manifiestas. Fluye la sangre cual riachuelo escarlata, ni frío ni hirviente, a
ritmos constantes definidos por el corazón de bombo. La mucosa se evapora,
transmutando en un aire tan limpio que, inodoro, en levedad huele a recuerdos
de aire limpio y fragancias de pétalos tintos.
Te ves y te vas transitando avenidas que,
ante la ceguera, responden a los nombres de cuartos, salas y pasillos. Vocean
en su rastro las migajas de vida que se amontonaron en la despensa, y que
hicieron vida en la cocina. Ahora dime, corazón cobarde, ¿qué es lo que
necesitas? Se te vio sin ver surcando los océanos, convaleciente sobre la borda
de un velero fantasmal. Vaciando botellas de ron del buen capitán y llenándolas
con sal. Volando lejos del planeta, mas no rozando el sol como para proclamar
proeza. ¡Apenas hojas secas! Ni un cuadro fuera del cuadro, ni espantos del
apocalipsis, ni jinetes ni quijotes, ni mentiras verdaderas ni falsas verdades.
Solamente aguaceros de coqueteos en tanto llueva, corazón miserable.
Te escondiste en recónditos arrabales, donde
entrelazan los tiempos y los espacios. Esa ficticia ciudad que de real ha de
tener lo que tú de libertad. Alzaste las piedras para aplastarte bajo ellas,
cual goma de mascar en botas ajenas. Como diligente camaleón, mimetizaste con
la entropía de muchedumbre en tu lastimosa labor. En fin, pecaste en tu pesca
en los lagos de fiebres. A veces azul, a veces roja, a veces gris, pero no se
precisan microscopios, ni tubos de ensayo, ni probetas para saber que fiebre es
fiebre.
Ahora que pasó, como la inefable alarma que
maldigo por lo bajo, en las alturas saben que pretendes cambiar de prenda y de
bando. Mi bando; no el que fue, ni el que se fue, ni el que vino en incontables
arrebatos de cascadas invertidas. El que es solo y sólo el que es. No hay modo
otro de ser consecuente, ni de ahogar peces en el mar, ni de inventarse
sacramentos fuera del altar, corazón concupiscente.
Ahora que pasó la fiebre, susúrrame, carmín
corazón de oro, ¿qué es lo que tú quieres?
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