¡Largo, silentes pesadillas de vigilia!
Sombra de metro, de callejón, de panoramas de balcón. Me pregunto, a punta de
escuadra, ¿por qué no se van?, ¿por qué no me voy yo?
¡Fuera, pestilentes venenos del porvenir!
Agua seca que no abre sendas, que no diluye ni se diluye, que no lava, que no
refresca. Narciso entronado, hecho nada, ni tangible ni escrutable, como otra
forma de decir Dios.
Parcela baldía, prolongada en el infinito
reverso de los globos oculares. Guerra sin contienda, ni splash de sangre, ni
discursos demagógicos. Dominación pletórica de aquello innombrable sin nombre,
sin forma, sin espacio, sin idea. La más ruin por irrelevante de las guerras.
¡A la mierda, nefastas semillas de ricina!
Embaucarán la tierra, los mares, los cielos, las calles y los bares. Las aves
de paso, las poesías, las pantaletas húmedas, el gesto y el dedo en la
fotografía. El mundo, si les da la gana, caprichosos reflejos borrosos,
convictos de obstrucción a la injusticia, prófugos del espejo.
No mi mundo, ni mis ojos cristalinos, ni las
hojas sobre mi biblioteca íntima en remedios de un medio de hora, ni del
derecho de renunciar a derechos, ni de seis cuerdas, once soles, catorce
desnudos, veintitrés primaveras o quinientas noches.
¡Malditas cadenas de pronósticos climáticos!
Cantados a cánticos desparramados están, como arrugas, el tiempo y melodía de
todo lo que es humano y no es de carne. Jodido está pues el mapamundi del
climatólogo sin título que presumir en paredes horizontales. No hay
credenciales, no hay historia, no hay cuerpo, no hay libido, asexuado
vaticinio. El ciclo académico de la astrología.
¡No me miren, que yo no los miraré, ni con
los ojos ni con la espalda! En aquella tertulia, según recuerdo en la razón, el
sinfín lo corta quien se hace tijera, destrozando botones de camisas,
quitándose el zapato y propinando el zapatazo. Es el fin. Prefiero renunciar al
mundo, que renunciar a mí.
Posdata: no te culpo; yo te crié, te
alimenté, te eduqué en dócil salvajismo. Moldeé tus atributos y fui tu filo en
alevosía consensuada. Pero ahora he de llevarte al matadero; cosa que, francamente,
no lamento.
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