jueves, 11 de mayo de 2017

   La alarma del despertador lo aleja a rastras de su plácido sueño, en cual había encontrado una colección de máscaras de Batman; una correspondiente para cada versión live-action del mítico caballero oscuro. Aún fuera del letargo, sigue preguntándose, ensimismado, por qué en la máscara del Batman de Adam West las orejas son tan cortas, mientras que en la versión de Nolan son excesivamente largas. Decide no darle más vueltas; de cualquier manera, su Batman favorito es el de George Clooney con sus controvertidos bati-pezones.

   Se levanta, va a otro cuarto y baja el suiche del breaker para que el despertador deje de sonar. Vuelve a subir el suiche. Acto seguido, se mete en la ducha. Vierte medio envase de jabón líquido sobre su cabello, en tanto restriega suavemente el champú por todo su cuerpo. Al salir, tira la toalla en el piso para secarlo lo más posible.

   Tiene cuatro rebanadas de pan. Dos con una lonja de queso en cada una y dos sin nada. Solapa las dos con queso y después las vacías. Las pone a calentar a fuego alto en la hornilla y se sienta en el sofá a ver Chicago PD. Siente una profunda pasión por la saga de series de Chicago.

   Pasado un rato, el olor a quemado es tremendo, tanto que le causa un profundo desagrado. Así pues, decide simplemente marcharse de la casa para escapar del creciente olor.

   Ya en la calle, toma el primer autobús que pasa y, de modo cortés, le pregunta al conductor:

-¿Este autobús pasa por el sitio donde trabajo?

   El conductor se le queda viendo con un ademán incomprensible, por lo cual él opta por olvidarlo y tomar asiento mientras que, por lo bajo, una niña le susurra a su mamá:

-Mami, ¿por qué ese señor tiene el cinturón puesto más arriba del pantalón?

   Ya cerca de su trabajo –y luego de caminar una decena de kilómetros-, entra en una frutería, agarra un cambur y se dispone a comerlo sin reparar en las miradas a su alrededor. El cajero se acerca increpándolo, a lo que él responde altivo:

-Bueno, ¿y qué quieres tú? ¿Que no coma nada?

   Haciendo caso omiso a las críticas del cajero, sale de la frutería y espera a que algún carro esté por pasar. Apenas se acerca uno, tira la concha del cambur en la vía, esperando causar un accidente al estilo Mario Kart. Le decepciona ver que, como si nada, el carro pasa, dejando aplastada la concha.

   Al llegar a la oficina, su jefa lo reprende por su llegada con dos horas de retraso. En su defensa, alega:

-Jefa… es que estaban pasando Chicago PD. ¿Qué quería que hiciera?

   Tras justificarse de tal manera, su jefa recibe una llamada con carácter de urgencia, y él, sonriente, se dirige a su cubículo. Allí, una vez habiendo ordenado sus papeles, entra en xvideos.com desde su computadora. Después de un rato divagando y sin decidir qué video escoger, se topa con uno titulado ‘‘Psiquiatra freudiano trata a su hija adolescente con Complejo de Electra’’. La idea le parece atractiva y reproduce el video con las cornetas. Pudiese parecer más conveniente verlo con los audífonos puestos, pero a él siente que en las cornetas suena mejor.

   En cierto momento, una mujer demacrada y con lágrimas desbordándose de sus ojos entra en el cubículo y toma asiento.

-Buenos días… mi hijo tuvo un accidente y…

-¡Silencio! –interrumpe él, haciendo un gesto firme con la mano, y volviendo a fijar su atención en la pantalla. –Sólo faltan dos minutos…

   Claramente, la mujer se halla atónita al contemplar la seriedad con la que él está viendo el video, abundante en gemidos y maldiciones.

-Bueno, ya está –notifica con una sonrisa de oreja a oreja -. Ahora dígame, ¿qué necesita?

   La mujer explica que su hijo de 20 años sufrió un accidente el día anterior. Se encontraba practicando motrocross y, al desviarse ligeramente de la pista, chocó contra un par de barriles de combustible que, por alguna razón desconocida, se hallaban abandonados. El siniestro resultó en quemaduras de primer grado en casi todo el cuerpo.

-Pero él ya está graduado de bachiller. ¿No está grande para tener problemas de primer grado? –y suelta una carcajada que se escucha en los demás cubículos –En fin. Siéndole sincero, su caso me hace recordar un episodio de Chicago Fire que vi hace un mes. El muchacho sufrió mucho dolor y finalmente murió.

   El silencio en el cubículo se acentúa unos segundos hasta que la madre rompe a llorar.

-Mire, señora... puedo ver que usted siempre ha pagado responsablemente las cuotas del seguro, y es verdad que yo podría aprobar su solicitud para que los gastos sean cubiertos en su totalidad, pero… -guarda silencio por unos instantes –Usted sabe, cuando yo era niño, me encantaban las chupetas de piña. Cada vez que las veía en alguna tienda o kiosco, se me hacía agua la boca. Mi madre me las compraba, pero bajo la condición de que llevase buenas calificaciones a casa. A veces las llevaba, aunque usualmente no…

   La mujer, perpleja, contempla cómo los ojos de su interlocutor se humedecen y su rostro se arruga enrojecido, conforme deja escapar algún que otro sollozo.

-Esas chupetas de verdad me gustaban –se limpia la cara y recupera la compostura -. En fin… tráigame buenas notas y le prometo que yo mismo protegeré a su muchacho con mi cuerpo, con mi corazón, ¡y hasta con mi vida de ser necesario!

   Un poco pasado el mediodía, sale de la oficina y se dirige a un restaurant cercano. Al entrar, se acerca a una pareja que se halla sentada comiendo lomillo con ensalada, y se queda estoico, silente, contemplando el plato.

-¿Se te ofrece algo? –pregunta el hombre, entre desconcierto e irritación, tras unos momentos de silenciosa incomodidad. Su novia parece algo suspicaz.

-Sí. ¿Esa ensalada está buena?

-Sí…

-¿En serio? ¡A ver! –clama, introduciendo la mano en el plato y sacando un puño de ensalada. El hombre se levanta furioso y lo empuja.

-¿Eres imbécil? –inquiere mientras su novia se alebresta.

-¡Tranquilo, nada más era una probadita!

-Te voy a tumbar los dientes –dice, preparándose para pelear.

-¡La tierra es de todos, maldito opresor! –recrimina. Entre tanto, los empleados del local ya llegaron y se encargan de echarlo.

   Entonces va a un puesto cercano de perros calientes. Ordena uno y se pone de último en la fila para pagar. Al cabo de unos minutos de espera, mira el reloj; son las 3pm. Apremiado, empuja a la gente de la cola, deja todos los billetes que encuentra en su billetera y se va corriendo.

-¡Señor, se le olvidó su perro!

-¡Se me hizo tarde, pero discúlpeme de corazón! –responde desde lo lejos.

   Se le había olvidado que debía buscar a su sobrina en el colegio a la 1pm. Al llegar, le informan que la muchacha se fue caminando después de haberlo esperado por más de una hora. Empapado en sudor, pide usar el baño. El de caballeros -como de costumbre en los colegios- está muy sucio, y resbala pisando un charco de orina. Sin más opciones, acude al baño de primaria. No hay profesores cerca; ya casi todos se fueron. Al entrar, encuentra a dos niñitas charlando. Deben tener unos 6 años. También se percata de que hay una bañera. La idea de jugar en ella con un par de compañeritas le emociona, así que las invita.

   Pasado un rato, una profesora entra al baño y los encuentra a los tres desnudos, chapoteando y riendo en la tina.

-Esto no se parece a Chicago PD –refunfuña mientras un par de policías lo hacen entrar en una sala de interrogación.

-Lo encontraron desnudo con dos niñas menores de 7 años –acusa uno de los policías.

-Sólo nos estábamos divirtiendo –aclara. El policía le lanza una mirada de desprecio.

-¿Qué sucedió allí?

 -Nada, ¡y no diré más nada! –exclama, inflando las mejillas, cerrando los ojos y aguantando la respiración. El policía cruza miradas de desconcierto con su compañero.

   A eso entre las 6 y las 7pm, le permiten marcharse de la jefatura, habiendo constatado la versión de las niñas y su bienestar.

   Se queda rondando por la ciudad. En cierto punto encuentra un edificio con un papel pegado en la puerta. La hoja tiene ‘’AA’’ escrito. Entra y después del pasillo encuentra un gran salón, con una docena de personas sentadas en círculo. Todas centran su atención en él.

-Buenas noches. ¿Qué necesita?, ¿desea inscribirse en nuestro programa? –pregunta un hombre que parece ser el padrino a cargo -. Aquí podemos apoyarlo en su recuperación.

-No, gracias. Sólo quería preguntar algo.

-¿Qué cosa?

-¿Dónde está la salida?

   Al salir del edificio, se topa con una joven hermosa que se halla comprando en un kiosco. La joven lleva una falda corta, y al tener una sensación extraña, mira hacia abajo. Allí está él, tirado en el suelo entre sus piernas, viendo debajo de la falda. La chica le atiza con una patada.

-¡Disculpe!, yo nada más quería saber si sus pantaletas tenían encaje –justifica con una sonrisa inocente -. Me gustan los encajes.- mas antes de que el altercado se convierta en un escándalo, se va corriendo.

   A eso de las 8pm hay una fila descomunal en el cajero automático de un banco. Está él de primero, llorando y golpeando el cajero.

-¡Que me des plata, maldito! –demanda a la máquina.

-Señor, usted se ha quedado sin saldo –interviene el guardia, mientras algunas personas en la fila ríen ante semejante pataleta.

-¿Y qué? Los cajeros dan plata –responde furioso, como si el guardia fuese estúpido -. Yo no soy diferente del resto, ¡que me dé plata!

   Finalmente, el guardia lo echa del banco.

   Deambula por las calles hasta que se decide a entrar en un bar de alta clase. Allí por lo menos podrá pedir tragos. Su falta de fondos no es algo que se le pase por la mente. Pide un Martini sin alcohol. El cantinero se mofa y le sirve un refresco en una copa. Toma un sorbo y dice que está muy fuerte. Increpa al cantinero. Le pregunta airado si es que quiere emborracharlo.

  En eso, ve a una mujer rubia muy bella y elegante al otro extremo de la barra. Al parecer anda sola. Opta por aplicar una táctica antes vista en cientos de películas. Agarra la copa y se acerca a ella cautelosamente. Estando ya al lado, finge tropezar de forma aparatosa, derramando la copa sobre el vestido de la dama.

-¡Oh, disculpe, he vertido mi trago sobre su vestido! –clama histriónico, ridículamente sobreactuado. La mujer lo fulmina con la mirada– Ven, déjame ayudarte –propone mientras desliza sus manos por todo el torso de la mujer.

-¡No me toques, imbécil!

-¡Ay, no te hagas la dura y bésame! –propone apresurado mientras acerca su rostro al de ella.

   De camino a casa –después de una paliza-, se pregunta por qué a los galanes de las películas sí les funciona.

   Conforme se acerca al edificio donde vive, lo sobrecoge un profundo olor a hollín. Al llegar, encuentra todo el edificio quemado. Aún hay algunos bomberos en la zona. A juzgar por la apariencia de las ruinas, parece que todos los apartamentos quedaron irremediablemente calcinados. Entonces se apodera de él una profunda tristeza y, entre un tremendo congojo, piensa: ‘‘La cagué; uno de los sandwiches tenía doble queso y el otro nada’’.


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