viernes, 29 de noviembre de 2019

Discusiones 2am

Que se está muriendo, que la estoy matando, que soy un cobarde, que por qué no la salvo. Que si es ella, que sí soy yo cuando no soy lo que soy. Que el hastío esto, que la ambigüedad aquello, que no pero sí, que sí pero no.

Mientras se trepa, profundizando arañazos en las paredes cual fiera enervada, me dice: ''Solías en tus amaneceres enjuagarte la cara taciturno. Hasta las 9, nadie ni nada en el mundo podía sacarte de aquella estupefacción en la que se acomodaban tus huesos. Barajabas las cartas del día porque te apetecía jugar por jugar. Eras malicioso por ingenuo, a diferencia de esos ilusos que se juran amos de la malicia. Ganar por ganar y recortando visión, hombrecillos de papel. Te perdías en las imágenes. Renunciabas a los peniques de oro, pues siempre preferiste los de chocolate. Cada noche te escapabas para sumergirte en las estrellas. ¡Hasta cuando no las veías, te las inventabas! Cada vez que pasaba por el umbral de la puerta, me clavabas la mirada, sonreías y me lanzabas los ganchos. Nada podía hacer yo que no quisiera.''

Seguido, me toma por el cuello y aprieta, como por el pescuezo se sujeta a los pollos antes de concretar grotescas empresas: ''Ahora no. Cambiaste la baraja por recetarios en idiomas que ni siquiera existen. Te tendiste sobre costales de paja sin relicario alguno que apretar en tu puño. On the rocks, sólo bebes on the rocks, y para colmo no vomitas lo peor. Por los días mojas a los gatos, por las noches maldices a tu almohada. Fusilas siempre con tus ojos al reloj en otro lánguido esfuerzo por olvidar el tiempo. Tormentas de arena sin oasis. Y lo más ruin de todo: me das la espalda al dormir.''

kk

Que no cesen en su cacareo valiente las gallinas, mientras nos regodeamos inconscientes -el único posible modo de regodearse- en la incertidumbre de una almohada de plumas de oca.

Y en el bullicioso silencio de uno u otro sol poniente, me vi saliendo del consultorio médico. Él colgaba de su corbata, mientras un colega declaraba rigor mortis y se ajustaba la suya propia. Y yo tambaleando como un esperpento agazapado, con mi relojillo en mi bolsillo y mis reumas en las piernas, sólo y nada más porque el primero me había prescrito caminar para recobrar la facultad de caminar.

Que no se disipe ese característico olor a alquitrán y caucho quemado que van dejando los transeúntes, que humedece genitales en tanto se revuelven encandiladas las muchedumbres. El café espeso y el acervo genético bien heterogéneo.

Y de camino a casa -sólo que en dirección opuesta-, me vi entrando a un bar hediondo a cadáver y origami prostituido. Cloro y lúpulo. Cloro y lúpulo. Lúpulo y cloro. Lúpulo y cloro. El cantinero maldecía por lo bajo de su bragueta, acusando al acoso del coleto, pero yo sabía que se trataba de los clientes. No es que una cosa distara ni un nanómetro de la otra. Y cuán amarga la cerveza, pero había que perdonar al maestro cervecero. Todas las balas perdidas llevan nombre impreso, aunque el buen civil se ensimisme en su propio tiroteo western. Cloro, lúpulo y plomo. No es un clásico policíaco. Nada más la praxis cotidiana y tan democrática como la birra. Cloro, lúpulo, plomo y sangre. El calibre de Dios dibujaba su estela de polvareda seca.

Que no titubee el felino en la caza de sus primas gacelas. La sangre, comillo, el colmillo, sangre, y las manos mugre diluida en callos, y la evolución caprichosa adolescente. Si no, preguntarle al globito verde, que dejé volar en un arrebato de misericordia, en cuál rama puntiaguda o pasaje inmundo yace inconsciente de su inconsciencia. Ni lo sé ni me interesa una cabeza de alfiler. ''Nada personal'' alega el tigre, en el estrado, con su zarpa al aire. ''Nada animal, pero nada persona'' retumba en el martillo de los oídos de cada callejón, de cada esquina, de cada rincón.

Y justo antes de otro toque de queda de cardiopatía y vapores purulentos, mi máscara dérmica de perfume pirata y mis ojos y yo nos cruzamos con una princesa de vertedero, y con su neceser de locura transitoria y con las cucarachas anidadas entre sus muelas. Solamente como por antojo dulcero y directriz de ministerios kafkianos. Las garrapatillas intracraneales se trepan en una rueda mágica y la ronquera de lúpulo podrá engendrar todo un nuevo diccionario de abortos. Saqué el cuadernillo de entre mis vértebras adoloridas, pero el silencio capituló otra parcela de nada; la medida justa de un intercambio de sopores de náufrago. La virtud de la lengua soslayó a cualquier otra cepa de virtud, con toda la fuerza de su propia ausencia. Astros y estelas para soñadores insomnes. Estelas de miel, aluminio y caviar devorado por atún, devorado por el más salvaje acto de devorar. Más alquitrán y caucho quemado.

Que no se sequen con apremio suicida las hojas caídas en un mayo de torrentes filosos y palomas grisáceas, mientras los diminutos mamíferos se ajustan con el poco poliéster de caridad y recolectan, palabra a palabra, testamentos del tamaño y la textura ridícula de una nuez triste.

Y el viejo lisiado del barrio me juró, sobre el único patrimonio posible -el ajeno-, que los erizos, en su trágica idiosincrasia, se difuminan en las catacumbas de la teatralidad filibustera, y que el último regalo contracto que recibió fue un aguijón de abeja en el centro de su pecho necio. Su dermis y espinas escamosas inducían con suma eficiencia náuseas táctiles, mas sus cuadros febriles, en sus pútridas entrañas, albergaban tranvías que huían despavoridos de las lluvias perennes. Estrechamos manos, las mías de sudor pusilánime y las suyas de grasas saturadas, y me susurró con voz de delta fluvial ''ayer me gané la lotería''.

jueves, 21 de noviembre de 2019

...Y yo sigo igual

He visto cosas que no comprenderías porque las has examinado ya hasta el hartazgo. He observado al viejo reloj soltarnos la correa para correr, siempre cautivos, hasta el día del ajuste de cuentas.

He contemplado un par de centenar de veces, más o menos, la ignición etílica con la que nos libramos de la culpa del incendiario. He visto directamente a los ojos, a la espalda y a las patas escabrosas del horror de una noche de sobriedad.

He visto preguntas cruzar, como moscas al vuelo, mi cerebro de extremo a extremo. Me he preguntado qué soy, quién soy, cómo soy y por qué soy, y mientras más me conozco, más se dilata el espacio entre pregunta y respuesta.

He visto enemigos tenderse la mano mientras yo recordaba a Caín y Abel. He observado con un ojo el mundo detenerse, y con el otro cómo sigue girando. He llorado sobre alguna que otra quema agrícola y bailado sobre sinfín de piedras volcánicas. La naturaleza me aplaude pero mis vecinos me maldicen si voy por ahí dejando colillas regadas.

Recé cuando no se precisaba, pero bebí, fumé, inhalé y exhalé cuando era absolutamente mandatorio. He mentido por rectitud y estampado verdades por razones meramente recreacionales.

He escupido desde la azotea justo antes de hacer un clavado directo al sótano. He adulado falsos ídolos de la manera más atea posible. He mordido el polvo de la ironía con voracidad voluntaria hasta sangrar mis encías resentidas. He hecho pagar a aquellos que lo merecían y a quienes no también. A fin de cuentas, ¿cómo diferenciarlos?

He visto de reojo y unas cuantas veces, ese rostro que la Parca provoca. He experimentado el furor y la angustia por la idea de partir mientras degustaba una diminuta concentración de cianuro. Sospecho que, después de la tercera, le queda a uno la nuca sutilmente marcada por la hoz. O quizás haya sido una de esas personas que entran y salen de mi casa. He sido estrangulado por sábanas y apéndices de colchones solitarios. He despachado a esa visita que no me concedió la intimidad de una cama vacía. 

He caminado por la acera izquierda y por la derecha también. He robado una moneda sólo para que luego me hurtaran la billetera. He aprendido a tomarme las cosas con calma sepulcral mientras zarandeo ataúdes sin piedad alguna. He sido carne, he sido tótem, he sido esclavo, he sido Leviatán, he sido aire, he sido Casper, he sido todo y he sido hasta menos que nada.

He probado cucharadas de éxito y de fracaso sin quemarme la lengua y sin saciarme. Me he imaginado y he imaginado a otros imaginándome e imaginándose a sí mismos. He robado a la abundancia y dejado propina a esos espectaculares malabaristas de la pobreza. Y todo sin ínfulas de héroe o de villano.

He visto como todo, y digo todo, se convulsiona cuando alguien aprende el valor de nada. Aunque lanzar libros a la hoguera es, a duras penas, un paliativo para el analfabetismo, he comprendido el por qué de esa violenta sed de fuego. Nada es personal, salvo lo que es personal, aunque ni siquiera eso es tan personal. Las reglas son goma impuesta y de caducidad pronta, mas los dientes y lenguas son siempre filosos, aun sin reparar en ello.

He aprendido cómo dejar huérfanas a letras cuyos padres ya no están, y guardo silencio para exponer el hallazgo. El aprendizaje mayor: he aprendido que no he aprendido nada. Me contradigo si acepto o niego mis contradicciones. Yo sigo igual de casual e igual que siempre.