Huevo, ninfa, larva, pupa.
No son fábulas de Gregor Samsa,
sino meros delirios transitorios.
Quisiera poder contarte un par de cositas sucias,
de las que normalmente agradan,
y de las que no también.
Poder decirte que hay algo bajo esta piel,
y luego algo más, bajo estos tuétanos roídos,
y después otra cosa bajo lo que haya debajo,
hasta el infierno.
Poder decirte que estoy aquí,
aun cuando no lo estoy.
Especialmente cuando no lo estoy.
Que aquí viven unos cuantos,
quemando ramas, protestando,
y haciendo uso excesivo de la fuerza.
Poder bajar todos nosotros de las estepas,
y hacer una suerte de paces,
incluso cuando nos asesinamos,
incluso cuando nos suicidamos,
porque hay cosas más importantes que…
pues, como sea, no importa.
Huevo, ninfa, larva, pupa.
Que he respirado del Shangri-La,
cuando podías cepillar tu cabello en mis pupilas,
y no era nada normal.
Era un cóctel no adulterado,
de fuerza y de debilidad.
De entusiasmo infantil,
y de terror absoluto.
Sólo podías ver la luz al final del túnel,
sólo podías ver el tren viniendo en sentido contrario.
Era la cúspide del Kilimanjaro,
divisando yerbajos y flores marchitas en lo bajo.
Era como si hubieses rescatado un secretito del inframundo.
Era como si hubieses alcanzado lo inalcanzable,
cuando no estabas listo para ello.
Cómo decirte que me enterré
antes de pillar el tren,
y que en algún lugar lejano
la tierra binada regurgita
a un hombre sin nombre,
que no se le ve el reflejo en el agua,
cuanta ha pasado bajo el puente
a raudales en los canales del tiempo.
Si el futuro no regalase memorias,
si el pasado no suscitase promesas.
Huevo, ninfa, larva, pupa.
Que odio la resaca,
que me gusta tener que vérmelas con la resaca.
Que tengo una suerte de corazón,
vital,
temeroso,
pródigo,
tozudo,
arrítmico, probablemente,
y bañado en alquitrán, seguramente.
Cómo decirte cuánto amo de la vida,
antes que cuánto odio o temo de ella.
Cómo decirte que sí,
que sí a esas anécdotas decimonónicas,
con la ceguera de la cruz al amanecer.
Cómo decirte que estas manos
no son compases.
Que son mis manos,
y punto.
Cómo aclarar que no deseo misericordia,
ni distorsiones,
ni mentiras,
ni verdades.
Cómo hacerte entender,
que esta piel,
no revela ni esconde.
Y después de eso,
especialmente después de eso,
cómo decirte que esta quitina
no soy.
No soy.
Huevo, ninfa, larva, pupa.
¿Cómo no decirte que no cuando acusas complacencia?
¿Cómo decirte que no solo los tontos se apresuran?
¿Cómo decirte que no cuando te aseguras “es imposible que pensar “¿cómo pudo algo ser tan perfecto?””
¿Cómo decirte, a lo que sea, que no?
¿Cómo decirte quién…? No importa.